29 de noviembre de 2005

Aventuras y desventuras de un gato indómito.

Dicen que las historias es mejor comenzarlas desde el principio... Y es que estos meses (de Junio a la fecha) se han convertido en eso, en una verdadera historia. Y aquí va, tal como prometí...

Desde hacía ya un buen tiempo sentía que mi vida acá en Santiago no tenía mucho sentido. Ese sentimiento era aplicable tanto al campo laboral como a lo personal, y, por qué no decirlo al plano amoroso. Por ello, y a pesar de que nunca me he considerado una aventurera, aún habiendo asumido riesgos de índoles varias, cuando se me presentó una oportunidad laboral que, tal y como fue presentada, resultaba altamente atractiva, no lo pensé dos veces. Y aunque aceptarla, sin embargo, implicaba un total y absoluto desenraízamiento, confieso que no me detuve a darle muchas vueltas. Dado que no tenía ataduras de índole alguna, decidí marchar y dejar atrás Santiago, apostando por un fresh-start. Así quedaron trás mío la escasa familia y mis más queridos amigos. Sin embargo no me fui sola. Me fui con mi familia felina y dispuesta a realizar cualquier esfuerzo con tal de conseguir la tan ansiada estabilidad económica para así lograr, en algún minuto, concretar algunos de mis sueños.
Con el tiempo y las experiencias vividas he descubierto que cuando uno se compromete en una empresa, este compromiso resulta como un matrimonio, en donde son dos las partes que deben confiar mutuamente y en donde la química debe funcionar del modo más perfecto que sea posible. No obstante, ni bien hube dejado Santiago vi como algunas de las cosas que me habían sido prometidas no se cumplían, lo que vino a preocuparme un poco. Sin embargo, estaba dispuesta a seguir adelante, y poner todo lo que estuviera de mi parte para que el proyecto en cuestión resultara. Pero, como en el amor, el esfuerzo de uno a veces no basta...
Mientras tanto, y a los pocos días de haber llegado a mi lugar de destino, para asumir mis nuevas labores, comencé a sostener correspondencia con una mujer siete años menor que yo. Curiosamente cuando las cosas fallan, nunca fallan solas. Y así, todo aquello que partió como augurio de mejores tiempos para la heroína de esta historia, me encontré de pronto con que toda esa promesa de amor y de estabilidad laboral se iban por el caño. La mujer que me sacó de mi centro y que me remeció el corazón tan inesperadamente, del mismo inesperado modo se despidió de mí, al poco tiempo, dejándome cómo a un pobre Condorito... exigiendo una explicación.
Junto con ello, y a poco andar, todo indicaba que la aventura laboral que había emprendido, y que en su momento había implicado no sólo un aislamiento voluntario, sino también el deshacerme de todas aquellas cosas materiales que había logrado después de años de trabajo, comenzaba a flaquear desesperanzadoramente. Sin embargo, hasta ese momento, y a pesar de lo dificil que se presentaban las cosas, nada hacía presagiar la verdadera ordalía a la que me vería enfrentada, la que incluyó, a modo de presión de parte de quien era mi jefe en ese momento, todo tipo de amenazas y apremios que no viene al caso comentar.
Y yo ahí, en medio de la nada. A mil setecientos kilómetros de Santiago. Lejos de todo y de todos... Quizás fue por eso, por ese infinito sentimiento de indefensión, de abandono, de desesperanza y confusión que contacté a una chica a través de la internet. Comenzamos a escribirnos más o menos a diario. Y en ese caos que comenzaba a atraparme, ella resultó ser un verdadero oasis en el desierto, literalmente hablando. Fue así que cuando llegó el momento más duro de todos fue ella quien, sin siquiera conocerme, más que a través de nuestros escritos y conversaciones telefónicas, me ofreció su total apoyo y en el más amplio sentido de la palabra. A esas alturas tenía claro que debía organizar mi regreso a Santiago y así, un montón de problemas se me venía encima.
En el intertanto, el que se decía jefe se convirtió en un energúmeno. Llegó el fin de septiembre y no hubo asomo de mi salario. Así las cosas, no sabía cómo me las arreglaría para trasladarme a la capital, gatitas incluídas, ni cómo cubriría el traslado de mis pertenencias. Todas esas cosas implicaban el desembolso de una fuerte suma de dinero, con la que no contaba en ese momento al no haber recibido, como correspondía, el pago de mi sueldo. Claro, eso sin contar con que debía preocuparme, a la distancia, de encontrar un lugar donde vivir a mi regreso. Y fue aquí donde esta mujer, a la que llamaremos N, se convirtió en mi verdadero ángel de la guarda, al ofrecerse voluntariamente a buscar casa para mí. Sin embargo su ayuda no se detuvo en eso, sino que además pagó enganche para garantizar dicha casa, y viajó hasta la localidad en donde me encontraba para no sólo apoyarme, sino también para ayudarme en todo lo que fuera necesario, incluyendo el pago de mi pasaje aéreo. Yo no lo podía creer. No podía creer como alguien, del modo más desinteresado posible, me prestara semejante auxilio. Llegó el día de conocernos. El día en que puse por fin un rostro sobre aquellas alas.
Corría la primera semana de Octubre y yo había vivido los dos últimos meses con el estómago en la mano, bajando de peso a más y mejor. Entonces, los días que pasamos juntas se convirtieron en un delicioso descanso para mi alma.
Me despidieron un día equis (ya que a pesar de las coacciones no lograron que renunciara), pero no me pagaron ni un puto peso. Eso sumaba una nueva preocupación a las tantas que se habían acumulado, y es que, a esas alturas, N había desembolsado una buena cantidad de dinero que no sabía cómo diablos iba a devolver.
Mi despido, dentro de todo lo malo, me brindó tiempo libre, el que N y yo dedicamos para recorrer la zona, y conocernos mejor.
Cómo decirlo... N es una de esas personas que ya casi no quedan; de esas que, si uno lo piensa, resulta más fácil, en comparación, encontrar una aguja en el desierto, que encontrar dos como ella.
N es inteligente, sensible, gentil, preocupada, generosa. Casi el resumen de aquello que me prescribió el doctor. Pero como nada es perfecto, y como es obvio, N no anda solita por la vida. Además, y dado todo ese conglomerado de fallos que me había bombardeado en el último tiempo, yo tenía muy claro que no podía mirarla con otros ojos, so riesgo de confundir las cosas. Y es que a veces, sobre todo cuando se tienen las emociones en carne viva, es difícil discernir qué sentimiento es cuál, y yo pensaba firmemente que no podía darme el lujo de hacer parecer algo que después resultara no ser, porque eso sería un modo de dañar gratuitamente a alguien que hasta ese momento lo único que había hecho era brindar y brindarse.
Finalmente me pagaron y pude dar los últimos toques para lo que resultaba ya mi tan ansiado regreso a Santiago, y podía también devolver a N los dineros invertidos en mí hasta ese momento.
A pesar de nuestras buenas intenciones, con N traspasamos el límite de aquello que se denomina amistad. Eso resultó ser toda una fantasía puesta en práctica.
La vida tiene maneras cuiriosas de sorprendernos o de resarcirnos. Y es que creo que, de una u otra forma, N y yo hemos sido, a la larga, un asidero la una para la otra; la tan ansiada y manida balsa que a veces uno necesita. Y claro, a estas alturas creo que yo voy a titularme con grado de magíster en este campo. Y es que meses atrás yo resulté ser la basla para aquella mujer que tantos manjares sirvió en mi mesa y de quien no quedaron más que las trazas de unos cuantos granos de arroz quemado .
Pero no, no crean que me victimizo, no. Y es que, como ya han visto, yo también necesité no una balsa, sino un verdadero trasatlántico. Sólo que esta vez tuve la suerte, como pocas veces en mi vida, de tener uno a mi medida.
Las cosas, como siempre, decantan, y con N hemos retomado la senda de la amistad. A veces creo que eso puede resultar una empresa difícil, pero creo también que la honestidad es la mejor base para todo tipo de relación. Y ambas hemos sido honestas. No hay dobleces, ni juegos. Hay un asumir cabalmente, completamente y a dúo, lo que no es un tema menor. Así, por primera vez estoy agradecida del cyber mundo, porque esta vez trajo a mi puerta a una persona que me ve como tal; que cuida de mis sentimientos y los valora, los aprecia y los atesora. Qué mejor modo de terminar esta parte de la historia?

P.S.: Dedicado a N. Porque sin ella mi espíritu vagaría aún errante en medio del desierto; porque gracias a ella estoy recobrando la fé.

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